María Corina Machado, Nobel de Paz: “Es una lucha entre el bien y el mal”
Apodada la “Dama de Hierro venezolana”, ha dedicado más de dos décadas a construir una coalición diversa contra los regímenes de Chávez y Maduro, incluso en bastiones oficialistas.

María Corina Machado apenas ha sentido el sol en su piel durante los últimos 14 meses. Ha visto a miles de personas en pantallas, pero, salvo por un instante fugaz y peligroso, apenas ha tenido contacto cara a cara con nadie. Vive oculta desde los días posteriores a las elecciones presidenciales de Venezuela, cuando las autoridades leales a Nicolás Maduro, el líder autocrático del país, declararon que había ganado un tercer mandato.
Machado se negó a retroceder; se negó a aceptar los resultados de una elección que muchos calificaron de fraudulenta, amañada y profundamente viciada, un proceso cuyo desenlace, en palabras del exsecretario de Estado estadounidense Antony J. Blinken, “no refleja la voluntad ni los votos del pueblo venezolano”.
Machado, quien cumple 58 años este mes, es madre, ingeniera industrial y una fuerza política movida por su férrea determinación de restaurar la democracia en Venezuela. No importan los ataques físicos, las acusaciones de traición ni las falsas conspiraciones para asesinar a Maduro que el régimen ha inventado para silenciarla. Tampoco importa que el gobierno le prohibiera registrarse como candidata presidencial, aun después de haber ganado las primarias opositoras de 2023 con el 92 % de los votos.
Tras ser inhabilitada, Machado impulsó la candidatura del diplomático Edmundo González Urrutia, reconocido por Estados Unidos y el Parlamento Europeo como el legítimo presidente electo de Venezuela. Pero después de que Maduro se autoproclamara ganador y emitiera una orden de arresto contra González, este huyó a España en septiembre. El mandatario también aseguró que Machado había salido del país, llamándolos a ambos “cobardes” en cadena nacional.
En una entrevista por video con la revista ELLE, con una pared blanca y desnuda a sus espaldas que no revela su ubicación, Machado insiste:
“Estoy en Venezuela. Siempre he estado en Venezuela.”
Su esposo, sus hermanas y su madre octogenaria —una figura clave en su vida— se marcharon. Su madre solía repetirle cuando era niña: “Quienes reciben más oportunidades, tienen la obligación de dar más.”
Machado tiene tres hijos. El menor, Henrique, fue el primero en irse. Luego partió Ricardo. Su hija mayor, Ana Corina, decidió quedarse a su lado mientras el cerco se cerraba.
Pero un día, hace más de 13 años, todo cambió. Era 2012. Aún como diputada, Machado se levantó en la Asamblea Nacional para denunciar la corrupción del gobierno de Hugo Chávez, el artífice de la revolución socialista. Mientras hablaba, un pensamiento la paralizó: “¿Dónde está mi hija ahora, mientras digo todo esto?” Temió que su activismo pusiera a su familia en peligro.
Corrió a casa y le dijo a Ana Corina: “Tienes que irte.”
“Ese fue el momento —recuerda— en que comprendí que no podía hacer ambas cosas: ser una buena madre y, al mismo tiempo, asumir la responsabilidad de luchar por la democracia de mi país.”
El ciudadano promedio estadounidense probablemente ha oído hablar de Venezuela por la crisis migratoria: más de 8 millones de venezolanos han huido tras el colapso petrolero y económico. De ellos, unos 660.000 ingresaron a Estados Unidos entre 2011 y 2023, según la Oficina del Censo estadounidense. Escapan por las mismas razones que llevaron a Machado a la política: desigualdad sistémica, una sociedad civil en ruinas y un gobierno marcado por la represión y la manipulación.
Apodada la “Dama de Hierro venezolana”, por su estilo firme y su ideología liberal en lo económico, Machado ha dedicado más de dos décadas a construir una coalición diversa contra los regímenes de Chávez y Maduro, incluso en bastiones históricamente oficialistas.
“No puedes seguir quejándote de la política si no te atreves a intentarlo”, dice.
Nacida en una familia acomodada —su madre psicóloga y su padre, un empresario exitoso fallecido en 2023—, Machado se propuso demostrarle a él “que no necesitaba un hijo para continuar su legado”. Estudió ingeniería industrial y trabajó en la siderúrgica que su padre dirigía. “Pensé que serviría a mi país desde la empresa privada, generando empleo, nunca desde la política”, confiesa.
Su conciencia social despertó en la universidad, cuando enseñaba a niños en un barrio popular de Caracas. “Tenía 18 años y me sentí culpable al darme cuenta de que vivía cerca de personas que tenían tan poco, y yo no hacía nada”, recuerda.
Tras graduarse, fundó Súmate, una organización de observación electoral. Allí comprendió que “no puedes seguir criticando a los políticos si no das el paso tú mismo”. En 2009 se graduó en el World Fellows Program de Yale, y un año después fue elegida diputada, obteniendo un número récord de votos opositores. A pesar de que Chávez redibujó distritos para mantener el control, su triunfo marcó un quiebre en la hegemonía socialista.
Desde la muerte de Chávez en 2013, Machado ha sido una de las voces más duras contra Maduro, a quien califica como “una amenaza real, presente y creciente para la seguridad del hemisferio”. Sostiene que su régimen “no se preocupa por el bienestar de la gente, sino que busca mantenerla débil, miserable y sin educación, empujándola al exilio por millones”.
No pide intervención extranjera, enfatiza: “El cambio viene desde adentro, de abajo hacia arriba.” Pero afirma que sacar a Maduro del poder “sería un beneficio para todas las democracias del hemisferio: por razones de seguridad, económicas, migratorias y humanitarias”.
La última noche que durmió en su casa fue el 27 de julio de 2024, víspera de las elecciones. “No empaqué nada, pensaba regresar al día siguiente”, cuenta. Pero cuando el conteo inicial favoreció a González, el gobierno anunció la victoria de Maduro. Mientras líderes regionales pedían pruebas del resultado, miles salieron a protestar. Machado apareció sorpresivamente entre la multitud, se subió al techo de un automóvil y gritó: “¡No dejaremos las calles!”
El régimen respondió con una represión “brutal”, según Human Rights Watch, con violencia contra jóvenes, mujeres y ancianos. Machado recibió amenazas de muerte.
“En ese momento tuve que decidir protegerme”, confiesa. “Tuve que desaparecer.”
Desde entonces, vive en clandestinidad. Aprendió a cortarse el cabello y a preparar arepas “casi tan buenas como las de mi esposo —dice riendo—, aunque la primera vez quedaron crudas”. Mantiene rutinas para no perder el orden mental: tiende la cama, se viste, reza cada mañana y cada noche. Siempre lleva un rosario al cuello; recibió más de 7.000, obsequio de los venezolanos que la apoyan.
“No estamos neutralizados”, afirma. Desde su escondite, sigue liderando, organizando y planificando.
Carolina Jiménez Sandoval, presidenta de la Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos (WOLA), advierte que “en Venezuela, cualquiera que desafíe al régimen corre peligro, y en el caso de Machado, el riesgo es extremo”.
Aunque el gobierno probablemente sabe dónde está, Machado solo ha aparecido dos veces en público: un mes después de las elecciones y el 9 de enero, víspera de la juramentación de Maduro. Habló brevemente ante una multitud y escapó en moto; luego fue detenida brevemente, según ella. Ese mismo día escribió en X: “Estoy a salvo y más decidida que nunca a seguir con ustedes HASTA EL FINAL.”
“No se lo deseo a nadie”, dice Machado. Pero la soledad forzada también le ha servido para “reflexionar y conocerse a uno mismo”.
Ha sido difícil, reconoce: “Porque ha sido largo, porque ha estado lleno de incertidumbre. Pero así se libran las guerras transformadoras.”
“No me gusta usar esa palabra —añade—, pero hay que entender que esta es una lucha entre el bien y el mal. Una lucha espiritual y profunda. Y aunque sea dura, estoy absolutamente convencida de que vamos a lograrlo. Vamos a prevalecer.”
Cuando ese día llegue, Machado sabe que será responsabilidad de la oposición —y en gran parte suya— reconstruir la democracia. “Eso convertirá a Venezuela en una sociedad justa, libre y próspera, donde los niños regresarán y nadie más tendrá que irse”, dice, con las manos entrelazadas sobre la mesa.
Le pregunto si también sueña con el regreso de sus propios hijos. Sonríe, hace una pausa y responde:
“Eso es lo que me hace despertar cada mañana de mi vida.”
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